Mis momentos favoritos: El fósforo blanco (Spec Ops: The Line)

Pero la escena que pasará a la memoria colectiva y que se merece un puesto de honor en la actual generación de consolas es, sin lugar a dudas, la del fósforo blanco. Por si alguien no lo sabe, el fósforo blanco es un explosivo altamente corrosivo que se utiliza en los conflictos para limpiar amplias extensiones de enemigos mediante proyectiles en racimo. No es un arma que mate por explosión, sino que va quemando lenta y dolorosamente la carne hasta acabar con tu vida. Escalofriante, ¿verdad?

Avanzados en el juego hemos sido ya testigos de la crueldad del fósforo blanco pero, poco después, nuestro camino se ve frenado por un campamento lleno de enemigos. Hemos llegado sigilosamente pero, a pesar de contar con el factor sorpresa, la gran cantidad de rivales hace que enfrentarse a ellos cara a cara sea un suicido. Sin embargo, existe otra opción.

Uno de nuestros compañeros señala que hay un mortero de fósforo blanco a nuestro lado, enteramente a nuestra disposición. Ante tal ventaja, no podemos resistirnos a una aniquilación rápida y sencilla de nuestros enemigos así que, manejando la consola del arma, similar a las cámaras que llevan los aviones y helicópteros de combate (y a ciertas escenas jugables de Call of Duty o Battlefield), vamos limpiando la zona. Pero, tras nuestro último lanzamiento para acabar con un tanque, comprobamos que algo ha salido mal: una gran cantidad de personas estaban agrupadas en una zanja en el otro extremo del campamento. Una vez nos apartamos de la pantalla, contemplamos el terrible infierno llameante que acabamos de crear y nos damos cuenta de lo que ha sucedido en realidad.

Sí, hemos acabado con nuestros enemigos de forma total pero, a su vez, hemos aniquilado a un grupo de refugiados civiles que se encontraban al amparo del campamento. Cuerpos calcinados por doquier, olor a carne quemada, un fuego y humo blancos que parecen no disiparse… y los cadáveres abrazados de una madre y su hija mirándonos en la imagen más icónica del juego.

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Es ahí donde Spec Ops: The Line te golpea directamente en la cara, te hace ver la realidad de lo que siempre hemos asumido como “daños colaterales”, de todas esas muertes que para nosotros sólo significan una simple cifra. Hemos crecido insensibles a este tipo de actos, ya sea por la acción de los telediarios o por los mismos videojuegos que disfrutamos, sí, como Call of Duty y compañía. Hasta entonces, nos tomábamos la guerra como un juego, estábamos automatizados para matar todo lo que aparecía en pantalla como forma de diversión. La escena del fósforo blanco nos demuestra lo desagradable que resulta la verdad del asunto. No demoniza ni mucho menos el uso de la guerra y la violencia en el ocio electrónico como medio de evasión pero nos recuerda que debemos contextualizar lo que vemos y que, en la realidad, día tras día ocurren cosas así, lejos de nosotros, pero ocurren.

Algunos pueden decir que la escena es tramposa pues, realmente, no tenemos otra opción que usar el fósforo blanco ya que si nos enfrentamos cara a cara a los enemigos continuarán apareciendo hasta que nos quedemos sin munición y muramos. Pero, sinceramente, cuando experimentasteis la escena por primera vez, ¿cuál fue vuestro impulso innato? Seguramente todos decidimos sin pensarlo en usar el mortero. ¿Por qué? Porque todos estamos automatizados a escoger la opción más sencilla en este tipo de juegos, sin pensar en las consecuencias o sabiendo que nunca nos haremos responsables de ellas. Es ahí donde triunfa esta escena. El culpable sigue siendo Walker pero nosotros debemos compartir forzosamente su sentimiento de culpa.

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Spec Ops: The Line es uno de los juegos más infravalorados de esta generación pero que posee una de las mejores narrativas e historias que hemos podido disfrutar en los últimos años. Es una perfecta crítica del género militarista y de la sinrazón de la guerra, abriendo los ojos a todos aquellos que piensan que una muerte en la guerra no es más que una estadística. No dejará indiferente a nadie y, cuando lo hayáis superado, nunca volveréis a escuchar la frase “fósforo blanco” sin sentir un escalofrío.

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