Final Fantasy VII puso de moda un villano, copiado hasta la saciedad posteriormente en otros JRPGs, de mirada ausente y largo cabello platino, andrógino, traumatizado por un pasado que otorgaba justificación a sus actos de maldad. Sin embargo, en la anterior entrega de la franquicia apareció el que sin duda es el ejemplo más claro y excelso del caos, la destrucción y el mal, una interpretación absoluta de lo que cualquier villano debería ser: Kefka.
Los malvados antagonistas a los que nos solemos enfrentar en los JRPGs, empezando por el resto de las entregas de la franquicia Final Fantasy, suelen ser personajes oscuros, turbios, de pocas palabras, fríos y con la única obsesión de convertirse en los dueños del mundo, ya sea para gobernarlo, destruirlo, vengarse o purificarlo; llevando a la máxima expresión el dicho de “el fin justifica los medios.” Sin embargo, con Kefka nos encontramos un personaje con un profundo humor negro, exhibicionista, escandaloso, con un fuerte temperamento, psicópata, terriblemente narcisista y que, a pesar de que su camino le lleva poco a poco a convertirse en un nuevo dios, disfruta cada paso con un entusiasmo casi infantil, recreándose en la muerte y destrucción que provoca. El mundo es el patio de juegos de Kefka y le encanta romper sus juguetes de la forma más cruel posible.
El mismo diseño de este villano muestra los pilares de su personalidad, con un traje caótico con innumerables elementos que muchas veces chocan entre sí, una cascada de colores coronada por su cara, pintada como un payaso, recreándose en su teatralidad, dotando de un dramatismo casi caricaturesco a todas sus horribles acciones. Si hay algo peor que encontrar la muerte a manos de una persona que no muestra más que indiferencia, es hacerlo mientras tu verdugo hace resonar su risa en tus oídos, una carcajada que es una de las características más escalofriantes de Kefka, acentuado por esa pátina pixelada que otorgaba el sonido en la Super Nintendo.
Nuestro querido arlequín comienza su andadura en Final Fantasy VI como mano derecha del Emperador Gestahl en su intento por conquistar el poder de los Espers y someter al mundo, con Kefka como ejecutor y comandante de sus ejércitos, tarea en la que el villano se siente algo aburrido, con total indiferencia por las vidas humanas que se apagan a su alrededor. Kefka fue el primer sujeto del experimento para crear Caballeros Magitek (siendo Celes otro ejemplo) pero, debido a que el proceso todavía no estaba perfeccionado, adquiere poderes mágicos a cambio de perder la cordura.
La huida de Terra, a quien el Emperador Gestahl pretendía utilizar para alcanzar el mundo de los Espers, es el desencadenante para que Kefka pueda dar rienda suelta a sus ansias de destrucción, como un perro rabioso al que han liberado de su collar. De hecho, su primera aparición en el juego nos da un buen aviso de a quién nos estamos enfrentando. Buscando el paradero de la protagonista, Kefka viaja al recóndito Castillo Figaro, situado en medio del desierto, mostrando su narcisismo al quejarse de tan largo trayecto y de la arena que le entra en las botas. Una vez allí y sin haber encontrado lo que quería, no duda un momento en prender fuego al castillo, que sólo puede salvarse enterrándose bajo el suelo. Un total desprecio por la vida humana y una sed de crueldad infinita, desprovista de cualquier rastro de humanidad y compasión. La posibilidad de situarse al mismo nivel que el villano es imposible, Kefka es un verso suelto totalmente impredecible y que no obedece a las mismas normas que el resto de humanos, siendo temido incluso por sus propios subordinados.
Este hecho se comprueba claramente en el asedio al castillo de Doma, en el que colabora con el general Leo. Mientras éste intenta llevar a cabo la conquista con el menor número de bajas posibles en ambos bandos, Kefka decide acelerar el proceso vertiendo un veneno en el río que suministra el castillo, asesinando a todos los habitantes excepto dos (uno de ellos Cyan, que pierde a su mujer e hijo), mientras entona una de sus más famosas frases: “¡Nada puede superar la música de cientos de voces gritando al unísono!”. La habitual indiferencia del arlequín va derivando en un profundo nihilismo, en el que lo único que importa es alcanzar la mayor cota de destrucción posible. Kefka tiene la excusa perfecta para dar rienda suelta a su crueldad, disfrutando como un niño pequeño, casi olvidando sus órdenes, amparándose en el Imperio para cometer sus atroces crímenes. De hecho, la acción desesperada de Gestahl por recuperar a Terra acabará volviéndose en su contra, a medida que su subordinad va consiguiendo más poder, hecho que también le separa de la mayoría de villanos del género, pues vemos su desarrollo desde un malvado secundario a una amenaza total.
El objetivo último de todo villano del JRPG es dominar o destruir el mundo, siendo la misión de nosotros, los jugadores, evitarlo a toda costa manejando al grupo de héroes de turno. Nuestro fracaso siempre significará un Game Over instantáneo, teniendo que volver a intentarlo hasta que consigamos parar los pies del malvado, que normalmente se quedará a punto de conseguir su propósito antes de derrotarle en la batalla final y disfrutar de la felicidad por el trabajo bien hecho. Kefka es totalmente diferente. Kefka consigue su objetivo. Kefka acaba conquistando el mundo y convertirse en dios. Kefka derrota a los héroes. Kefka se convierte en el ganador. Allí donde el 99’9% de los malvados fallan, Kefka brilla como triunfador. Lo que Sephiroth no consigue en 3 CDs, Kefka lo consigue a mitad de juego.
Este escenario era completamente nuevo e inesperado para el jugador no sólo en esa época, manteniendo su vigencia actualmente, con muy pocos ejemplos que se atrevan a seguir su camino. Siendo consciente de su creciente poder al hacerse con la magia de los Espers, Kefka reactiva el Continente Flotante, asesina al emperador y resucita un trío de deidades que le otorgan la categoría de dios, desatando un apocalipsis que transforma el mundo, aniquila a millones de personas y separa de forma dramática al grupo de héroes. El jugador se siente desamparado y sacudido por los acontecimientos, sintiendo que ha fallado miserablemente y que ese planeta destruido por el que transita es culpa suya. Kefka ni siquiera respetó la omnipotencia que nos otorgan los videojuegos, su intención era convertir el mundo en su juguete y ni siquiera nosotros podíamos impedirlo. Él era la personificación absoluta del terror, la maldad, el caos y la destrucción.
Las horas posteriores a la llegada del Mundo de la Ruina se antojan traumáticas. Kefka ha construido una gran torre de las ruinas que él mismo ha producido, desde donde rige con mano férrea el planeta, destruyendo a cualquiera que ose desafiarle con un rayo de magia de gran poder capaz de dividir continentes. Las personas son ahora sus mascotas y puede jugar con ellas todo lo que quiera sin que le importe en absoluto sus vidas. Igualmente, se crea un culto hacia su persona, con una raíz más enterrada en el miedo que en la admiración, que ayuda a satisfacer su narcisismo.
De esta manera, Final Fantasy VI nos deja en una situación anticlimática, con la ardua tarea de volver a encontrar a nuestros antiguos compañeros sin ni siquiera saber si han sobrevivido y con la sensación de que cumplir nuestra misión será más difícil que nunca y que no tendremos ninguna oportunidad más. Esto acaba convirtiéndose en un perfecto prisma para comprobar la evolución de los héroes, que se sienten vulnerables y débiles, otorgándoles un matiz humano que muchas veces se olvida en otros juegos. No nos encontramos con héroes omnipotentes, son personas que tienen que superar y cargar con sus errores, por difícil que sea. Todo ésto acaba de un plumazo con la artificialidad que muchas historias acaban incurriendo en un género tan lleno de estereotipos como el JRPG.
El final retoma la escena clásica de los héroes enfrentándose al malvado final, con consignas positivas que demuestran que el bien siempre superará al mal. Sin embargo, Kefka aprovecha este momento para golpear duramente los estereotipos con los que nos encontramos en la gran mayoría de videojuegos. La frase “¡Esto me da asco!¡Sonáis como capítulos de un libro de autoayuda!” destruye las líneas de flotación de la práctica totalidad de JRPGs, caricaturizando ese optimismo exacerbado golpeándolo con sus propias armas, incidiendo en lo ridículo que muchas veces supone ese heroísmo acartonado que acaba eliminando el sentido de muchos argumentos. Un último gran golpe maestro antes de que Kefka sea derrotado… obedeciendo a los cánones y otorgando al jugador su recompensa.
Final Fantasy VI es una obra maestra y su villano es una de las principales causas. Completamente diferente de lo habitual, sin ninguna elaborada justificación de su comportamiento, es un personaje absoluto, encarnación del mal, el caos, la crueldad y la maldad; de una personalidad aplastante y escalofriante, llena de narcisismo, entusiasmo infantil, teatralidad y humor negro, representando todo lo que tememos de un malvado, un personaje que no entiende de reglas ni compasión, una maldad desatada sin freno y servida con una carcajada. Algo que nunca estaremos preparados para comprender y que sólo podremos desear que nunca se cruce en nuestro camino.
Una respuesta a “Mis villanos favoritos: Kefka (Final Fantasy VI)”