El tío de Dante, Mundus, amo y señor del mundo entero, Rey Demonio y que odia a su sobrino con toda su putrefacta alma, porque ve como una traición el que su hermano, Sparda, se enamorara de Eva, una ángel, cuando de toda la vida los ángeles y demonios han estado enfrentados y, así debía ser por toda la eternidad, o al menos en su estrecha mente en la que las tradiciones bárbaras están de rigurosa actualidad, que para eso se encarga de que sea así.
Dante, que después de que su tío dé con él tras años sin saber nada de ese joven mitad demonio y mitad ángel, caerá en el limbo, donde tendrá que enfrentarse a los demonios que se encuentre -vasallos de Mundus- mientras escucha a una médium que también ha ido en su busca y que dice trabajar con una vieja cara conocida por todas, pero olvidada por Dante, es decir, que ahí aparece Vergil, su hermano gemelo, ese segundo Nephilim que puede hacer que el mundo cambie, que llegue la paz y que Mundus quede destronado.
El mismo sistema que anteriores Devil May Cry.
Solo con empezar una partida nueva de DMC uno ya se da cuenta de que todo es básicamente como antes, estructurado en misiones cortas que pueden realizarse en un montón de modos de dificultad diferentes (desbloqueándose las más altas según uno va completando el juego una y otra vez) para que esto sea de lo más rejugable, junto con las salas ocultas para las que hace falta llave y que le dan más horas de juego y suponen un reto en muchos casos y también para demostrar que no es para nada pasillero. Sí, es un DMC como los anteriores, pero con un nuevo Dante que ha cambiado sus combos y armas por otros que no están nada mal y con los que se mezclan ataques normales con angelicales (en plan hielo) y demoniacos (como de fuego) y que además tienen otras utilidades como acercar cosas, acercarse uno a ellas o romper barreras de un tipo u otro.
Una respuesta a “(Análisis) Devil May Cry”