Los Olvidados – Alley Cat

Infiltración en el vecindario

Eres un gato. Pero no un gato antropomorfo como de dibujo animado, no. Eres un gato en sentido estricto, con tus cuatro patas y tus orejitas angulosas y sin más recursos que tu prodigiosa agilidad y tu valor. De pronto te apetece colarte en esa comunidad de vecinos tan rara que hay en tu barrio. ¿Por qué? Porque quieres impresionar a una gatita. ¿En qué medida va a aumentar tus posibilidades de haber juntamiento con fembra placentera el colarte en esa casa de locos? Yo no tengo ni idea, pero tú sí deberías saberlo, ya que el gato eres tú. Tras encaramarte a la tapia de la casa desde los cubos de basura, te cuelgas de unas bragas que había tendidas en una cuerda para ver si ha quedado alguna ventana abierta. Los vecinos deben de haber detectado tu presencia y no les debe de hacer mucha gracia que un gato callejero se les cuele en casa, ya que te arrojan toda clase de objetos para evitar que entres. Tras esquivar un teléfono góndola y una bota vieja, ves que al fin se ha abierto una de las ventanas de la casa.

¿Qué te esperará en ese apartamento? No lo sabrás hasta que no te cueles dentro, amigo. Puede que te espere una gigantesca cuña de queso emmental, entre cuyos enormes agujeros debas cazar cuatro esquivos ratones. También podría haber una pecera en la que darte un buen chapuzón y que, una vez dentro, se convierta en una insondable fosa oceánica por la que bucear muentras cazas ricos peces, con mucho cuidado de no tocar las anguilas eléctricas.

Cuentan los gatos viejos que también hay un salón con una enorme librería custodiada por arañas gigantes, y que en lo más alto, hay tiestos con flores con las que purgarse, o puede que sirvan para algo más, ya que a las gatitas les encantan las flores. De todos modos, a lo mejor todo eso no son sino fantasías, y simplemente tienes que hacer algo mucho más prosaico, como cazar un canario tras liberarlo de su jaula o beberte toda la leche de los platos de esa casa llena de perros, mientras estos duermen, con mucho cuidado de no despertarlos.

El caso es que, vayas donde vayas, tendrás que tener mucho cuidado con La Escoba. Es un monstruo terrible, implacable, no descansará hasta sacarte a golpes de la casa, aunque sea por la misma ventana por la que entraste. No entiendes por qué tanta violencia ni tanta cerrazón ya que, como gato, estás en tu perfecto derecho de hacer lo que te plazca y lo que sea necesario para satisfacer tu curiosidad y tus caprichos, y no haces ningún daño a nadie con ello. Afortunadamente, el otro día ese correoso siamés abandonado del callejón, el tuerto que a veces asoma su cabeza entre los cubos de basura, te contó que hay un truco para mantenerla a raya: aprovechando que tus patitas vienen sucias de la calle, date un buen paseo por la casa y deja el impoluto suelo lleno de huellas. La Escoba se olvidará de pronto de que estás ahí y se dedicará a limpiar tu mugriento rastro de forma obsesiva, lo que te dará unos segundos preciosos para adueñarte de la casa y hacer lo que tengas que hacer. ¿Por qué? La Escoba es así, no trates de entenderla.

Una vez que cumplas tu delicada misión de infiltración, te quedará la parte más dura de todo esto. Ya habíamos dicho que querías impresionarla, ¿no? Sí, amigo, sé que tú también la has visto, con su pelaje blanco como una bolita de algodón. Si eres bueno burlando la seguridad de una de esas guaridas humanas, te invitará a colarte por su ventana con un sensual maullido. Tentador, pero sabes bien que no será fácil, ya que tanto su belleza como tu apasionada entrega a ella despertarán los celos y las envidias de otras gatas, que se afanarán -y mucho- en que vuestro encuentro sea imposible. ¡Como si las veleidosas flechas de Eros no fuesen suficiente obstáculo ya!

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