Pongámonos en situación. Nathan llega a una ciudad de Nepal envuelta en una especie de guerra civil donde es difícil moverse sin que una bala te atraviese la cabeza. Para intentar encontrar su camino a través de este infierno, decide junto a su compañera/aliada/enemiga/culo prieto Chloe encaramarse a uno de los hoteles más altos del lugar. Una vez conseguido y encontrado el templo al que se tiene que dirigir, comienza la fiesta: aparece un helicóptero armado.
A partir de ahí nos vemos envueltos en una persecución frenética saltando por las azoteas de los edificios de la ciudad, topándonos con enemigos que intentan acribillarnos y un helicóptero que no tiene reparos en lanzar misiles para hacernos pedazos aunque se lleve a alguno de sus compañeros por delante. Todo lo que nos rodea explota y se hace añicos apenas un paso detrás nuestro, pero nosotros no podemos dejar de correr y disparar para sobrevivir.
La secuencia ya es brillante de por sí pero, con una gran atención por el detalle, Naughty Dog incluye un momento que termina de encumbrar el conjunto. Durante la huida nos moveremos también por los pisos superiores de los edificios, intentando protegernos del helicóptero. En uno de los grandes salones por los que pasamos, la máquina derriba una de las paredes e intenta acribillarnos con su ametralladora. Parapetándonos detrás de los muebles y acabando con los enemigos humanos que nos acechan, el helicóptero lanza dos misiles y se marcha. Creyendo que se ha dado por vencido momentáneamente, salimos de nuestro escondite y seguimos con nuestra huida. O eso pensamos antes de que ocurra lo inimaginable.
Al dar unos pocos pasos para continuar con el nivel, vemos cómo perdemos el control de Nathan, que oscila a punto de caerse al suelo. No somos los únicos, nuestros enemigos también están a punto de perder el equilibrio, mientras los muebles comienzan a moverse de un lado a otro. La violencia del temblor va aumentando rápidamente y conseguimos mantenernos en pie mientras los demás ruedan por el suelo, estampándose contra las paredes, cayendo por agujeros o siendo aplastados por el mobiliario que se precipita sobre ellos. No podemos dejar de disparar mientras intentamos no caer y esquivar los escombros. Delante, detrás, hacia los lados… ¿Qué demonios ocurre? De pronto, te das cuenta: el edificio se cae.
Si conseguimos sobrevivir, saltaremos hacia otro edificio antes de que se derrumbe sobre nosotros aquel en el que estamos mediante un sencillo QTE. Pero el golpe de efecto está conseguido. Mientras otros juegos anunciarían la caída del edificio con una secuencia introductoria, avisándonos de lo que ocurre y recreándose en su espectacularidad, Uncharted integra ese momento de forma natural y totalmente inesperada, dando por sentado que ese tono al límite de lo imposible es lo que vamos a encontrar en todo el juego como algo normal. Un as en la manga para conseguir que nuestro corazón se mantenga en vilo durante lo que queda de partida.
Sentí la adrenalina saltando entre tejados y cornisas mientras esquivaba los disparos del helicóptero. Sentí la confusión sobre lo que ocurría cuando el edificio empezó a tambalearse. Sentí la satisfacción cuando comprendí lo que sucedía, dibujando una gran sonrisa en mi cara. Ésto iba más allá de una experiencia cercana al cine. Era más que eso. Era estar inmerso en una aventura espectacular y brillante no como un mero espectador, sino como el protagonista en sí. Nunca sabiendo lo que iba a ocurrir, nunca imaginando los peligros a los que me enfrentaría, nunca sospechando qué me esperaría tras la siguiente esquina. Pero no importaba. Iba a superarlo. Aunque el mundo se derrumbase a mi alrededor, iba a poder sobrevivir. Aunque el suelo se hundiera detrás de mí, siempre sería capaz de escaparme en el último momento. Porque, pasase lo que pasase, la aventura corría por mis venas. Y todo eso era mérito de Naughty Dog y la franquicia Uncharted.