Mis momentos favoritos: El final de Terranigma

Uno de mis géneros predilectos es el JRPG, sea por turnos, de acción, táctico o lo que sea que se me ponga por delante. Tras tanto años jugándolos está claro que me he tragado muchos clichés y estereotipos, muchas historias calcadas con distinto nombre, mucho héroe salvando el mundo y conquistando a la chica, finales muy felices, etc. Por eso, cuando un juego de este género me toca el corazón, tiene aún más mérito si cabe.

Y no penséis que necesitó de un potente apartado gráfico ni de una sobrecogedora banda sonora, ni mucho menos. Os hablo de Terranigma, el action RPG de 1995 para SNES desarrollado por Enix y Quintet que cerraba la trilogía oficiosa precedida por Soul Blazer e Illusion of Time. Curiosamente, nunca llegó a salir a la venta en EE.UU. pero sí en España a finales de 1996 y con textos traducidos al castellano, aunque con una localización que dejaba bastante que desear pero claro, en aquella época no nos podíamos quejar mucho con el tema.

El argumento nos ponía en la piel de Ark, un muchacho de lo más travieso e irresponsable que, tras liberar por accidente a un pequeño demonio, se le encomienda una gran misión: abandonar su pueblo, que se encuentra en el interior del planeta, y salir a la superficie para resucitarlo. En su aventura, irá reviviendo poco a poco el mundo exterior, empezando por la flora y la fauna y culminando con la raza humana, a la que ayudará a progresar interviniendo en la creación de inventos que todos conocemos y topándose con personajes reales como Cristobal Colón, Thomas Edison o Graham Bell. En definitiva, Ark se convierte en una especie de dios.

Como no podía ser de otra forma, la trama se enreda hasta niveles insospechados, cobrando importancia el equilibrio entre la Luz y la Oscuridad, el Bien y el Mal. De esta forma, descubrimos que Ark en realidad está siendo utilizado por Gaia Oscura, lo que vendría a ser el Diablo, para poder conquistar el mundo, subyugando el lado luminoso del planeta, la superficie. Aquí tenemos una de las grandes virtudes del argumento de Terranigma, un giro argumental donde destruyen uno de los clichés de los JRPGs: no somos el héroe salvador, sino una herramienta del Mal.

Como os podéis imaginar, esta revelación cambia por completo la perspectiva de todo lo que hemos hecho en el juego. No estamos ayudando al renacimiento del planeta para que el Bien triunfe y todos vivan felices, sino que simplemente estamos sembrando la semilla de nuestra dominación, haciendo que crezca hasta que el planeta esté listo para ser subyugado. Lo que parecía una aventura de la que sentirse orgulloso se convierte en una pesadilla y en algo que deseamos no haber hecho nunca, un engaño, una traición a nuestros principios. Nos sentimos manipulados, como el propio Ark.

El protagonista no es ajeno a este hecho y sufre una crisis de identidad poniendo en duda el objetivo de su viaje y todo lo que ha sufrido para conseguirlo. De hecho, el mundo oscuro tiene su reflejo en el mundo exterior, por lo que se acaba encontrando con su versión luminosa, aquella que busca justo lo contrario, la derrota del Mal. ¿Cómo acaba tal situación? Con una muerte, la de Ark, a manos del verdadero héroe. Pero eso no significa el triunfo del Mal ni un Game Over. Nuestro protagonista renace con la fuerza fusionada de sus versiones luminosa y oscura, consiguiendo el poder necesario para derrotar a Gaia Oscura. Así, el bebé recién nacido es encontrado y cuidado por Naomi, nuestra mejor amiga (e interés amoroso) de nuestra aldea natal, donde todo el viaje comenzó. Gracias a la magia de un aliado, el niño crece rápidamente hasta convertirse en adulto para enfrentarnos al jefe final y devolver el equilibrio a toda la existencia.

Con nuestro protagonista renacido, nos enfrentamos a nuestro creador y le derrotamos, como bien mandan las reglas tradicionales de los JRPGs. Y es aquí, amigos, justo cuando comienza el final de Terranigma donde debéis hacer de tripas corazón e intentar no derramar una lágrima, pues nos encontramos con uno de los desenlaces más tristes que ha visto el género y que aún hoy, más de 15 años después, sigue teniendo el mismo impacto.

Gaia Oscura ha sido destruida y el equilibrio regresa a todas las cosas vivas. Pero se os ha olvidado un detalle: Ark es producto de la misma Gaia, es una herramienta del Mal por lo que, si ella desaparece… él también. El concepto ya es estremecedor pero la forma en la que se muestra es todavía más sobrecogedor ya que no lo adornan en ningún momento ni le introducen ningún tipo de poesía en absoluto. El protagonista ha cumplido su misión y ahora no tiene ningún uso, por lo que debe desaparecer. Tal cual se lo dicen, de forma directa y contundente.

No sólo él dejará de existir, sino también su aldea natal y toda la gente que conoce, incluyendo su querida Naomi. “Sólo por hoy, ve y disfruta de tu último tiempo feliz en Krysta en paz”, así nos comunican nuestro funesto destino. Lo que es más, volvemos a poder controlar a Ark para vivir ese último día en el pueblo que nos vio crecer, pudiendo hablar con nuestros vecinos. Es aquí donde la sensación de vacío y pena se recrudece.

Naomi nos contará que la felicidad es disfrutar del tiempo sin ningún estrés. Esa señora que siempre nos echaba la bronca por nuestras travesuras nos dirá que nos nota más serios. Las niñas nos pedirán que juguemos con ellas. El vecino del río nos ofrecerá que vayamos a pescar con él algún otro día. Un lugareño nos dirá que le extraña no poder ver su reflejo en el agua. Todos siguen viviendo su vida, como si quedaran días, meses, años, un tiempo lleno de nuevas experiencias. Son completamente inconscientes de que su fin esta terriblemente cerca, apenas unas horas hasta la medianoche. Un sentimiento nos sobrecoge. Hemos resucitado el planeta, hemos traído el equilibrio pero no podemos hacer nada por salvarles. Aunque les avisáramos, seguro que no nos creerían, tomándolo como una nueva travesura de Ark, y si lo hacen, no traeríamos más que la desdicha y el pánico general. Todo desaparecerá y sólo nosotros lo sabemos. La impotencia y la tristeza se apoderan de nosotros.

Tras nuestra despedida silenciosa al lugar donde hemos vivido, aceptamos a la fuerza nuestro destino y nos acostamos, sabiendo que nunca más volveremos a abrir los ojos. Antes de sumirnos en la oscuridad y olvido eternos, Naomi nos deja un mensaje donde confiesa que estuvo a punto de matarnos cuando renacimos como bebé siguiendo órdenes de Gaia Oscura, pero finalmente comprendió que cada persona debe vivir según su designio y nos confiesa su deseo de que tanto ella como Ark renazcan y puedan volver a verse muy pronto. Y entonces…

Ark se duerme profundamente…

Ark sueña su último sueño…

Un ave comienza a surcar el cielo del mundo exterior, observando cómo el planeta va creciendo poco a poco, volviendo a la normalidad. Es el último sueño del protagonista, un último sueño de libertad, un deseo de escapar de su destino y poder disfrutar de aquello que ha ayudado a construir, un dolor por no poder evitar ser una herramienta desechable que desaparece una vez su trabajo se ha realizado, un grito en el que deja claro que quiere seguir viviendo. Un final amargo e injusto para el héroe, para un dios, para un chaval que ha realizado el mayor sacrificio, el mayor esfuerzo por el bien común sin recompensa ninguna. No sólo no ha ganado nada, sino que lo ha perdido todo. Sólo la promesa de un renacimiento futuro alberga algún tipo de felicidad al final del camino.

Y es que, justo antes de que aparezca el cartel de Fin, alguien llama a la puerta de Naomi. ¿Es la Naomi que todos conocemos o una reencarnación posterior? ¿Quién es el que llama? ¿Es la última despedida de Ark o es su regreso? Eso, amigos, es algo que nunca sabremos y que se deja completamente a vuestra imaginación.

Normalmente, cuando terminamos un JRPG (o un juego en general), nos queda una sensación de triunfo, de orgullo, de haber superado todos los obstáculos para alcanzar nuestro objetivo, habitualmente el triunfo del bien. ¿Qué nos queda con Terranigma? Una sensación de vacío, una tristeza que se agarra al corazón y una sabor agridulce con todo lo que se ha tenido que sacrificar para conseguir nuestra misión. Un impacto y un recuerdo que pervive después de muchos años.