La franquicia The Legend of Zelda siempre ha albergado una mayor complejidad de lo que aparenta bajo su sencilla premisa, salvar el mundo y rescatar/ayudar a la princesa. No sólo por la telaraña que se forma con sus diferentes líneas temporales conectando todas las entregas, sino en recursos argumentales que se dejan como trasfondo en sus juegos y que dan empaque a las historias que nos cuenta.
Un ejemplo es Ocarina of Time, posiblemente el más popular de todos, y que plantea muchas cuestiones sutiles, como la más que probable muerte de todos los Sabios, el origen de los distintos templos (con el de la Sombra utilizado como prisión y centro de torturas en la Guerra Civil, por ejemplo), las miserias de todos aquellos que se pierden en el Bosque Perdido, la estructura social y política de las distintas razas…Y eso es simplemente la punta del iceberg.
Sin embargo, ninguna otra entrega de la saga ha alcanzado el nivel de turbadora oscuridad de Majora’s Mask, un juego infravalorado pero cuya mecánica de juego y ambientación tenebrosa lo convierten en uno de los momentos más brillantes (irónicamente) de la franquicia. Simplemente el comienzo, donde aparece esa Luna de rostro aterrador dirigiéndose lenta pero inexorablemente hacia Ciudad Reloj para destruir el mundo, te pone en situación y te indica que éste no es un Zelda más.
Algunas teorías afirman que el juego es una representación de las diferentes fases de la muerte, desde el comienzo con la pérdida de Navi (objetivo principal del viaje de Link) hasta la aceptación en el Valle Ikana, llena de esqueletos y almas perdidas. Algunos mantienen que es el propio protagonista quien está muerto, mientras que otros afirman que se trata de aceptar la marcha de su hada. Desde luego, el tema está muy presente durante todo el argumento, no sólo por las distintas reacciones de los habitantes de Términa con respecto a su inminente fin, sino que incluso dos de las máscaras principales que utilizamos, la Goron y la Zora, las obtendremos después de ambos fallecimientos. Y la de Deku es muy posiblemente la del hijo del mayordomo del Palacio de su raza, que también contó con un funesto final.
Qué lástima que este tan «infravalorado» cono bien dices… :(