(Análisis) Silent Hill Downpour

Downpour significa aguacero y tiene un enorme significado en esta entrega, en la que los chubascos nos perseguirán incluso cuando estemos en un mundo paralelo bajo techo, habiendo explosiones de tuberías o, simplemente, cayéndonos una tromba de agua encima por razones que a veces podrían ser un motivo de estudio de algún parapsicólogo que quisiera sacarse unos euros en caso de llegar a algún tipo de conclusión. A veces esta lluvia nos permitirá ver de lo que seríamos capaces de hacer sin ella, otras veces nos hará resbalar o incluso tendremos que esperar a que amaine o escampe para poder continuar nuestro camino en un mapa bastante extenso en el que tendremos una cierta libertad al movernos, sin tener unos trazados premarcados que seguir de manera obligatoria.

Con cinco finales diferentes, en función de las opciones que vayamos tomando en ciertos momentos de la trama y una jugabilidad con unos controles más intuitivos y sencillos que en la generación anterior en la que muchas cosas, como luchar, se hacían con los gatillos, descubriremos qué nos esconde esta vez Silent Hill, qué puzles, criaturas y secretos hay ahí para nosotros, teniendo que darle a veces al coco un poco, huyendo de una intensa luz roja, teniendo varias apariciones y… varios elementos más, todo propio de terror psicológico unido un poco a algún que otro bicho para que podamos combatir de vez en cuando y haya alguna forma de morir, ya que no estamos ante un producto en el que nuestra imaginación por la ambientación llegue a ser más fuerte que lo que realmente haya (como sí pasaba en Corpse Party), sino que se sostiene todo un poco en tener acción de otro tipo, rebanando cabezas de monstruos con llaves inglesas o incluso tirándoles una piedra para llamar su atención y matarlos de algún otro modo.