(Análisis) Sleeping Dogs

No podemos olvidarnos de que a veces estaremos casi repitiendo cosas una y otra vez, pero siempre será ligeramente diferente porque podremos entretenernos por el camino para comprarnos nuevos atuendos que nos vayan a dar más experiencia o defensa (por ejemplo), porque decidamos que unas jovencitas ligeras de ropa y posiblemente de cascos nos den un masaje y muchos cariñitos (así lo llaman aquí al irse de fulanas y termina a veces con sorpresa en algunos locales) o, simplemente, como su sistema de lucha es bastante profundo, al hacer que cada pelea sea único, ya nos sentiremos satisfechos al utilizar su sistema de contraataques, golpes de todo tipo y, que incluso, podamos evolucionar más y más según adquiramos puntos o encontremos estatuillas de Jade que colecciona el maestro del dojo de artes marciales al que íbamos cuando éramos más jóvenes y que nos enseñó todos los fundamentos de defensa personal que utilizamos para reventar a la gente contra las cabinas telefónicas o tirar a borrachos violentos al mar.

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Conclusiones:

Es cierto que no es para nada creíble que prácticamente todos los personajes estén hablando todo el rato en inglés, que los subtítulos que han escogido son pequeños de más y con una fuente no muy acertada y que este título es de los que deberían haber llegado con los textos en castellano, pero dejando todo eso de lado, nos encontramos con que Sleeping Dogs es un juego muy entretenido que lleva muy bien el ritmo en la historia y que tiene bastante bien pensadas sus misiones por las cuatro grandes zonas por las que vamos en Hong Kong, tirándose mucho más por el combate cuerpo a cuerpo que a distancia.
No es demasiado extenso en duración, pero tampoco necesita más para que cada vez que hay una persecución lo vivamos o que sintamos interés por lo que sucede alrededor de Wei y no queramos soltar el mando, aunque no sea más que para comprarnos una cama más cómoda para el piso, que el desalmado del protagonista llenará de alquitrán, costras y sangre por acostarse de cualquier manera sin asearse ni cambiarse de ropas, a pesar de tener el armario lleno. Chorradas sin importancia que hacen gracia y que todos sabemos perdonar.

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