En cada fase que no sea de jefe tenemos que matar a un número mínimo de zombies y recoger cristales esparcidos antes de que se acabe el tiempo. En este caso, las fases son bastante grandes y espaciosas, teniendo un montón de lugares por donde escondernos y lloviendo además una de las maravillas de este juego, las armas especiales y objetos para subirnos la vida o hacer que se nos sumen segundos al reloj. Estas fases son de lo más divertidas y la curva de dificultad está perfectamente metida mientras vamos conociendo a los diferentes enemigos con sus comportamientos y le pillamos el truco a eso de movernos y disparar al mismo tiempo, cambiando de arma de vez en cuando. En los jefes finales, sin embargo, las fases son más pequeñas y estaremos más encerrados, de modo que tendremos que tirar mucho más de nuestras habilidades esquivando y disparando y centrarnos de verdad, porque si no, luego pasa lo que pasa.
Vampire Crystals está pensadísimo para jugar a dobles, es ponerse a jugar uno solo y ver que le falta algo. Claro, el compañero de al lado. En cuanto que somos dos personas, la diversión se multiplica y además es mucho más difícil morirse, porque mientras que otro siga con vida y no caigan los dos personajes a la vez, el otro volverá a aparecer. El problema de esto (alguno tenía que haber) es que si no se está muy sincronizado, no se habla con el otro y se intenta ir por libre, estaremos limitando el espacio de movimiento del compañero a no ser que nos siga como un perrito faldero; esto en las fases de jefe final, al ser más pequeñas, no se da y además al centrarse los dos jugadores en el mismo objetivo, se hace menos cuesta arriba hacer que muerda el polvo y la satisfacción seguirá siendo igual de grande.