Este concepto se ve desarrollado de forma brillante en su secuela, Majora’s Mask, también para Nintendo 64. Si bien se puede argumentar que la escala ha disminuido mínimamente (el campo de Talmina no es tan amplio como el de Hyrule y las distintas zonas están mucho más diferenciadas que en su antecesor), lleva hasta las últimas consecuencias el hecho de que, además de tener que enfrentarnos a los peligros de la aventura, también tendremos que adaptarnos al mundo en el que nos encontramos y que no nos va a esperar ni poner las cosas fáciles a pesar de ser el gran héroe.
El primer ejemplo está bastante claro pues no hay más que mirar al cielo: esa malvada luna que avanza lenta pero inexorablemente hacia la Ciudad Reloj, poniendo tiempo límite a nuestra frenética lucha por intentar detener el apocalipsis que se cierne sobre todos en el plazo de tres días. Viajemos donde viajemos siempre tendremos una visión clara del cuerpo celeste, colocando aún más presión sobre nuestras espaldas. De hecho, si llegamos a la medianoche del último día y nos colocamos en algún sitio elevado del Campo de Talmina, podremos ver cómo la luna cae lentamente y provoca la destrucción.